20 dic 2012

Invierno Mental


Tengo una coraza fuerte.
Ahora tengo una coraza más fuerte todavía.
Me acabo de poner una coraza a mayores, por si las moscas.
Y me he encerrado en un bunquer, para aumentar la protección.
Ya pasó el peligro y puedo descubrirme, ¡por fin!

¿Que si me ha valido para algo cubrirme tanto?
Sí, para no hacer daño a los demás.
El peligro real estaba dentro de mí.

_________________________________________________________________________________
 
 
INVIERNO MENTAL

- Buf, Sancho, qué frio hace, ¿no?
- Lo hace, lo hace. Parece mentira que ayer, como quien dice, estábamos en las fiestas, ¿eh? ¿Pájaro?
- Sí, ya se por qué lo dices, nunca vais a olvidaros de la escena...



fhiu fhiu fhiuuuuuuuu

- ¡Oh! Rasca, me voy a casa que no me quiero resfriar.
- Vale Sancho, hasta más ver, tápate bien que ha dicho el del tiempo que de esta no salimos hasta marzo por lo menos.
- Adiós.

fhiuuuu fhiuuu fhiuuuuu

Y la calle se quedó sola. Solitaria. Sin vida. Esa calle que otras veces estaba rebosante de personas, que iban y venían, en camiseta, contentas, con ganas de divertirse. Ahora nada. Sólo cuatro transeuntes cada hora, que sólo miran hacia abajo para protegerse del frío. Y la calle se pone triste.

A la calle le gusta ver a la gente. No se puede mover, así que lo único que le alegra el día es ver cómo suceden historias. Cuentos basados en hechos reales que luego puede recordar. A veces, esos cuentos no tienen final, porque los capítulos que restan acaban emitiéndose en otras calles. Otras, el cuento no tiene principio. Y casi es peor, porque entonces la calle no llega a valorar ese desenlace, al no haber vivido las dificultades y obstáculos que se superaron. Por lo menos cuando el principio de la historia ocurre allí, la propia calle puede imaginar un final, le puede dar pie a inventar historias que suplen la curiosidad de saber qué pasó en realidad. A la calle le es mucho más difícil extraer las causas de un primer beso, o una muerte repentina, o un señor al que le toca la lotería y grita, o tres amigos que se despiden porque se van a estudiar fuera de la ciudad y no creen que su amistad se mantenga como hasta entonces.

Pero, aun así, a la calle le gusta que exista movimiento, y el invierno hace que todo se pare y que, lo que pase, no sea agradable. El frío es el culpable, maldito hijo de puta.

Es el que hace que la gente se tape y sea difícil reconocerlos, y es la que hace que casi no hablen entre ellos, andando rápido para no enfermar. Es una mierda como un piano.

Por culpa del frío a veces ocurren desgracias, las aceras se hielan y la calle ve cómo hay accidentes de personas que resbalan. Eso a la calle le pone triste. No entiende como el frío puede ser tan malo como para permitirlo. Alguien debería impedirle que siguiera haciendo de las suyas, es un peligro para la sociedad, y la calle lo sufre. Y se pone triste.

No es como cuando viene el calor. Entonces da gusto.

El calor hace que todo brote, hasta que tiene que llegar otra vez el frío a molestar. La calle cada vez lo aguanta menos, se pone triste, y luego furiosa, y luego otra vez triste, y luego saca pecho y se alegra un poco si, por casualidad, llega un poco de calor y ocurre alguna historieta que le entretenga, pero luego se vuelve a poner triste, luego furiosa, y luego triste finalmente. Echa a dormir un poco, con frío, eso sí, y al despertar es todo igual, otro día de mierda que sólo pasará cuando el frío deje de hacer su trabajo, que es meter tristeza en las vidas de la gente y hacer que la existencia de la calle sea aburrida, muy aburrida.

Y si no se aburre es peor, porque el frío, con esas artimañas que tiene, en las que intenta siempre perjudicar a diestro y siniestro, se las apaña para que las historias que la calle ve sean siempre negativas, como se ha dicho, accidentes, enfermedades, apatía. Maldito frío, hace que la calle se sienta mal y triste, y parece no inmutarse, no va con él. La calle le insulta en alto, pero no encuentra respuesta. El día en que la calle vea al frío en persona van a saltar chispas, son muchos años planeando una venganza perfecta.

Ese día, la calle conseguirá encerrar al frío en una caja de la que no volverá a salir. Como el frío es culpable de todo, entonces la vida será maravillosa y feliz para todas las personas que la calle conoce, hayan estado sólo alguna vez allí o sean paseantes habituales. Da igual, todos ellos serán felices. Y ya, cuando venga el calor, todo será perfecto. Porque el calor sí que es un buen aliado, y ese no permite nunca que haya desgracias. Qué gozada. Es la poca esperanza que tiene la calle y, cuando piensa en ello, le da un poco de alegría.

Pero cuando deja de soñar ve que sigue haciendo frío, y que todo es negro, gris o pardo. Una combinación de colores que es deprimente, a la par que elegante.

Y la calle sigue ansiando eliminar al frío, porque sabe que el calor según se viene se va, entonces no le satisface completamente esa alegría momentánea y volátil que le da. Quiere eliminar al frío y nada se lo podrá impedir, sólo tiene que esperar hasta que se le encuentre cara a cara. Buena es la calle, como para haberse metido tanto con ella durante tanto tiempo sin pagar las consecuencias.

Y estuvo esperando durante meses, pero el frío no pasó por allí, sólo se notaron sus efectos. ¿Hacía frío? sí ¿Estaba el frío? no ¿Había venido el frío? sí ¿Se le había llegado a ver? no. Era muy escurridizo, la calle no sabía cómo lo podía hacer. Había algo que estaba haciendo mal. Y no dejaba de pensar en el frío, y eso la ponía triste.

Claro, pasaron los meses. Y el calor llegó, como de costumbre. Siempre llega, tienen un acuerdo que nadie entiende entre el frío y él. Esos meses fueron muy buenos, como de costumbre también. La calle disfrutó de las historias que el calor proporcionaba a la gente. Eran divertidas y graciosas. Una muy buena trataba de una señora que no paraba de sudar y sudar, y sudó tanto que acabó viniendo una ambulancia para llevársela al hospital. Fue la monda, porque los emfermeros llegaron discutiendo, siguieron discutiendo y, al final, se dieron un abrazo. Estaban enamorados desde hace años y no se habían atrevido a decírselo, hasta que se rozaron la mano y no pudieron retenerse. La calle sabía el principio del cuento porque estos enfermeros fueron vecinos desde pequeños, y pudo ver muchas y muchas de las idas y venidas de ese amor, que se confirmó de aquella manera años después. Fue un bello final para la señora, que murió a las pocas, pero pudo vivir como actriz secundaria una preciosa historia de amor. Ese es el ejemplo de lo que hace el calor. Todo lo endulza. Da gusto.

Un día, la calle vio al calor y pudo hablar con él. Se contaron muchas leyendas y anécdotas que habían visto. Las perspectivas de cada uno eran diferentes. La calle no podía ver más que lo que pasaba en ella, aunque podía tener más seguimiento de la vida cotidiana de la gente. El calor, en cambio, era viajante, veía muchísimos tipos de gente, pero sólo unos meses al año, y no podía seguir tanto las historias, aunque se sorprendía con ciertos cambios cuando lograba reconocer a algún antiguo protagonista de algún suceso gracioso.

El calor era agradable en el trato, pero no llegaba a mojarse con nada. Sabía que cuando llegaba la gente se contentaba, para qué estropearlo diciendo algo que pudiera no gustar. Aunque en algunos momentos podía estar algo pesado, pero su trabajo era un chollo, él sólo tenía que venir y repartir alegría. Recibir los alagos de la calle, entre otros, era motivo para sentirse orgulloso, indicaba que el trabajo estaba bien hecho.

Pero pasaron los meses otra vez, y la calle vio cómo el calor se iba. Le pidió encarecidamente que no se fuera. Que iba a venir el frío y la desgracia se cebaría con ellos. La calle no sabía si podría aguantar mucho más tiempo esa situación y así se lo hizo saber al calor. Le contó sus planes para apresar a ese impresentable que era el frío. El calor no pudo decir nada. Se puso colorado, miró nervioso hacia los dos lados, se despidió y se fue, rápidamente. Ese año, de hecho, con más velocidad que de costumbre, parecía que algo le había incomodado. La calle esperaba no haber metido la pata pero no parecía ser ese el problema, la cara del calor reflejaba otra cosa, pero la calle, en ese momento, no supo saber qué era.

Entonces llegó el frío, invisible, como siempre. La calle volvía a estar destrozada. Vio como una pareja, con un niño recién nacido, el pobre, tenían que taparlo y taparlo para que no se constipara. Iban a la casa de los enfermeros, para recibir la invitación a su boda, que era muy esperada por todo el vecindario. Pero el frío no mostraba piedad, y hacía que esas personas estuvieran incómodas. Maldito frío, estropeando historias.

La calle se puso furiosa, y volvió a gritar al frío. Le deseó los males más indescriptibles y le juró odio eterno. La calle llegó a perder los nervios.

En esto, venían dos niños del colegio y se pararon en el portal de uno de ellos, porque se iban a despedir hasta el día siguiente. Venían contentos. Uno de ellos le dijo al otro que le había sorprendido lo que dijo la profesora sobre el frío en clase de Conocimiento del Medio. La calle puso la oreja. Este tema le interesaba, a lo mejor le daba pistas sobre dónde anda su archienemigo. El otro niño asintió, y le dijo que quién iba a pensar que el frío no existía como tal, sino que, en realidad, era ausencia de calor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario