29 nov 2012

Erase una Vez...


Si olvidas y perdonas
te pierden el respeto las personas
 
Si perdonas pero no olvidas
a veces evitas que reincidan
 
Si olvidas pero no perdonas
verás como tu ofensor se desmorona
 
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 ERASE UNA VEZ
 
Erase una vez... un tío que quería borrar su existencia y no paraba de intentarlo...


 
Erase otra vez... un tío que no paraba de fallar probando a borrar su incoherente existencia.
 
Erase unas cuántas veces más... el mismo tío de las dos veces anteriores, que no podía borrar su existencia de ninguna manera. Se estaba desesperando.
 
Erase, ¡por fin!... de una vez por todas funcionó el botón de borrado de existencia. Jodida máquina, todo en inglés, no hay quien entienda las instrucciones, y este tío no iba a ser menos.
 
Ya era hora de que este imbécil consiguiera borrar su existencia. La pena es que sólo ha podido borrarla en el presente y en el futuro, queda huella todavía de su pasado. Es un incordio.
 
Estamos hablando de Vázquez, todo un poema de persona. No es que no quiera acordarme de su nombre, sino que no quiero decirlo, en mi cabeza está grabado perfectamente. Pero sólo volver a leer su nombre completo me pone malo, así que me referiré a él por el apellido.
 
Y no me referiré a él para contar una historia al uso, ni para resolver un final desconocido y enigmático - de hecho, el final ya lo sabemos, consiguió desaparecer para siempre - sino para ponerle a caldo. Sí, este relato sólo tiene el objetivo de mostrar lo despreciable y malnacido que era esta persona. Es una manera de borrar el poco rastro que quede de este ser.
 
Y preguntará alguno, ¡pero vamos a ver!, ¿qué más te da a tí?, si ya ha desaparecido. Ese tío, por muy mala persona que fuese ya no puede hacerte más daño. ¿No es mejor olvidarlo y seguir con tu vida?
 
...
 
...
 
La respuesta es NO, no me da la gana. De hecho, voy a eliminar la opción de dejar hablar al lector en medio de los cuentos. Vale, sé que gustaba y que era algo novedoso, pero al final todos tienen algo que decir, y no se conforman con tener que decirlo sino que, también, lo dicen. Y eso, lo siento mucho, a veces no sienta bien. Que te estén diciendo en tu casa todo el rato lo que haces bien o lo que no haces bien es una chufa, que se ponga alguien en mi lugar.
 
Y se preguntará alguno, ¿Y por qué nos das la chapa con esto y no vas directamente... ____________
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Ya está, quitada la opción, ya puedo escribir tranquilo, si alguien tiene algo que decir que lo ponga en comentarios, o me lo escriba por correo postal, o electrónico, o que me llame. Y si no me conoces, pues publica algo sobre mis malas formas donde quieras, pero en esta historia no volváis a interferir, por favor .
 
Siempre hay que pedir las cosas por favor, aunque no se sienta de verdad. Tenedlo en cuenta, niños. Igual que se da las gracias sin estar agradecido o se pide perdón sin estar arrepentido. El resultado en las acciones del interlocutor es lo importante, es lo que hay que buscar, nunca la expresión real de los sentimientos.
 
Esta lección, que puede ser despreciable o no, según se mire, no me la enseñó mi enemigo Vázquez - No he encontrado mejor manera de volver al tema sin romper la linea narrativa, tampoco he encontrado ninguna peor - , de hecho, ese especimen sólo me ha enseñado a no confiar en el ser humano.
 
Digamos que Vázquez tiene todo aquello que puede tener una mala persona. Ese tipo de persona al que cualquiera de nosotros odiamos. Por ejemplo, lector, ya que no te dejo hablar sí que te voy a dejar, si quieres, ponerte en mi papel. Imagina a la persona a la que más odias del mundo. Tiene que ser una persona, no puede ser una emfermedad, ni una tarea, ni una máquina, ni un país, ni siquiera un grupo o tipo de personas, no. Una persona que te haya tocado las narices - Iba a escribir "tocado los huevos", pero me pareció que podía molestar a las personas que no posean huevos en su cuerpo. Me parece que hay menos gente en el mundo que no tenga nariz. Supongo y espero que, en caso de enfado colectivo contra mí, pueda con ellos. - que te haya estado molestado hoy, ayer, durante la semana, en todo este año, o lleve dando la coña toda la vida. Que sea despreciable, tanto en su comportamiento como en su reflexión, y que no veas el momento de que no esté a tu lado cuando aparece. No hace falta que tenga tanto poder como para amargarte la vida, pero sí que sepa que podría hacerlo si de él dependiera. Estoy casi seguro de que ya tienes a tu protagonista. Y si no lo tienes es porque todavía no te has decidido entre los candidatos que te han salido. Eso sí, convendría que fuese alguien con quien tengas trato personal, que todos odiamos a cierto político, cantante, futbolista, filósofo o coleccionista de sellos famoso, pero no es lo mismo.
 
Ahora, preparaté para la decepción, porque el haberte hecho elegir a un potencial enemigo tuyo no implica que yo vaya a saber hacer una historia con la que te sientas identificado. Tampoco es el objetivo pero es que, aunque quisiera, no podría, ese nivel de escritura y narrativa es para gente que vive de esto.
 
Es decir, no te fijes en la historia, sino que estaría bien que evocaras esos sentimientos que te provoca ese especímen que has elegido según lees el relato de la vida del imbécil de Vázquez.
 
Ya está, no más instrucciones por ahora. Tampoco quiero ser pesado, aunque tampoco me importa serlo.
 
Volvamos a Vázquez. Era una persona que no valía para mucho. su incompetencia sólo era comparable con su maldad. No solía tener una opinión propia, no le gustaba pensar. Pero sí tenía la curiosa habilidad de escoger siempre a las personas equivocadas para marcarle el camino.
 
Aparte, era cobarde, no miraba a los ojos. Tenía esa típica mirada que se torcía hacia un lado acompañada con un encojer de hombros y de cuello, según renegaba sobre cualquier asunto. Y daba igual que le explicases lo que fuese, que él interrumpía y sacaba conclusiones de la nada.
 
"¡Quiero esto!", decía, y si no se podía hacer "esto" no había manera de hacerle entender que era imposible. 
 
Pero casi era peor cuando aceptaba escuchar. Todo lo que dijeras estaba equivocado y era falso. Bueno, todo no, sino todo lo que a él no le venía bien. Y no había razones ni reflexiones. Tú estabas contándole milongas porque tenías intereses sobre lo que decías. Querías engañarle y él, listo como un conejo, sabía que no ibas a poder hacerlo porque ahí estaba él para impedirlo.
 
Eso sí, cuando veía que no había manera de seguir negando la evidencia, ya se encargaba de echar la culpa a otro. Diciendo que si Fulano me ha contado esto, y por eso decía yo lo otro, o similares falsedades. No sin antes hacer ver que la culpa no es suya, claro.
 
Y tampoco podías fiarte de su palabra. Bueno, ni de su palabra ni de nada que él comentase. Si te mencionaba que iría luego a tomar algo, por ejemplo, no esperaras que viniera ni avisara de que no venía. Si te hacía mover cielo y tierra para conseguirle algo que te había pedido, no esperaras que valiera para algo. Una de dos, o llegado el momento ya no lo quería, con lo cual tú quedabas mal con los compromisos que adquirieras o los favores que pidieras, o lo aceptaba de mal grado, como si fueses tú el que llevaras insistiendo tiempo y tiempo en conseguírelo. Un tío que llevaba el desprecio por bandera.
 
Como ves, esto de cuento no tiene nada. Sólo hago que comentar figuraciones sobre cómo era esta persona, pero no pongo ejemplos ni describo nada concreto. Se podría decir sólo hemos empezado a decir cómo era esta persona, para justificar los insultos que le he dedicado. Y, por ahora, son defectos bastante comunes. Creo que ya no sólo nuestros enemigos los tienen, sino que nosotros mismos, alguna que otra vez, hemos caido en alguno de ellos.
 
El problema es que con esto a mí me vale. Se supone que este relato tenía como objetivo desahogarme, y veo que ya lo he hecho. Vázquez, el pringado al que quiero poner a parir, ya es historia, y esos sentimientos que, a lo mejor, se han despertado en vosotros - si es que me habéis hecho caso en la introducción al tema - , en mí se han eliminado, por lo menos en lo que se refiere a esta persona. De hecho, al final parece ser que no estaba tan mosqueado con él, porque tampoco me he excedido demasiado, como podéis comprobar si recordáis o releeis los párrafos anterioes.
 
Por eso, lo más correcto sería dejarlo aquí. Realmente mi objetivo está cumplido y no tengo ninguna obligación de seguir escribiendo.
 
Pero no sé, me sabe mal. Habrá que improvisar un cuentecillo sobre Vázquez, así, en plan huevo frito para cenar porque no esperaba que hoy vinieses a casa. Sé que el lector se merece algo mejor que esto, pero también sé que el lector tiene otros lugares donde buscarlo. Si es seguidor asiduo a esta publicaciones sabrá que aquí no va a encontrar eso que necesita. Pero bueno, vamos a llenar el buche cerebral antes de ir a dormir, aunque sea con un poco de grasa y pan, ¿no?
 
Érase una vez una persona que no tenía remedio. Era un despropósito continuo y no encontraba su lugar en el mundo.
De apellido Vázquez, y de nombre indefinido, esta persona gustaba de ir a las tiendas para ver el género, y descubrir las ofertas del mes. Le encantaban las marcas desconocidas, pero que no fuesen de autor. Su ropa favorita era la fabricada en serie por firmas punteras, pero que no tenía la calidad suficiente para llevar esas marcas.
 
Por ejemplo, le encantaba que su calzado fuese de la marca "Rate", que era un submarca de la gran firma PONGA AQUÍ SU PUBLICIDAD. También era propenso a llevar trajes de vestir. Disfrutaba vistiendo con prendas formales su feo cuerpo. Los trajes de "Aso" eran sus favoritos. Buen precio y un paño aceptable, hechos a máquina en las fábricas indias de PONGA AQUÍ SU PUBLICIDAD. Y no hablamos de los sombreros, le encantaban los que hacía Nike, aunque nunca se los ponía - Podéis adivinar, si queréis, lo que me ha pagado Nike. Al final del relato viene la respuesta -.
 
Un día decidió comprarse algo para los pies, por menos de lo que esperaba encontró su tipo de calzado perfecto para él, la Bota Rate. Le encantó, se convirtió en un auténtico hombre Bota Rate para siempre. Aunque la planta se asentaba en una superficie rugosa, un poco incómoda, no llegaba a doler, como le pasó con unas sandalias que compró otra vez, así que ya no volvió a cambiar en su vida de calzado.
 
Para acompañar a esa adquisición, como buen hombre Bota Rate, necesitaba un traje que evidenciara su galantería. Después de mucho buscar, sobre todo etiquetas para ver el precio, se decidió por un frac negro, que estaba de oferta, ya que el establecimiento tenía precios bajos por encontrarse en periodo de liquidación por calor excesivo. Y esa adquisición no se la quitó en su vida. Yo le veía un poco ridiculo luciendo su Frac Aso por la calle. No sé, le pegaba bastante, pero no como para estar tan orgulloso. Al cabo de un rato viéndole, y más si hablaba - recordemos que su simpatía no era excesiva - . acababa dando un asco desesperante.
 
Así siguió, con su vida, siendo un hombre Bota Rate que mostraba siempre su Frac Aso al mundo - Sí, es verdad, ya vale con la gracia - , molestando a los demás, sólo por el hecho de identificarles dentro del grupo de "los demás".
 
Por fin, un día, decidió ir a ver a una de las personas que le influía en su vida, uno de sus asesores personales. Le dijo que había un hombre muy malo en una cueva. Que era un hombre que no solía hacer daño a nadie, pero convenía ir a molestarle y amargarle el día. Vázquez fue raudo y veloz a la cueva, a tocar las narices - era una de estas personas que sí tienen nariz, no preocuparse - a este pobrecillo. Y se las tocó, vaya si se las tocó. Con su experiencia y su saber hacer, Vázquez consiguió que el ermitaño de la cueva se enfureciera. No era como el resto de personas a las que Vázquez había enervado, este era diferente. Este hizo algo que el resto no hizo, le olvidó. Sí, le olvidó. Pasaron unos días en los que el ermitaño lo pasó un poco mal, puesto que nunca es agradable que te molesten sin razón, pero llegó a entender que la manera de que Vázquez desapareciera era olvidándole. No se molestó en intentar comprenderlo ni en encontrar las razones que hacían a Vázquez actuar tan despreciablemente, nada de eso merecía la pena para el ermitaño, ni siquiera para poder ayudarle. No creo que sea un acto de buena persona, por supuesto, pero el ermitaño se olvidó de Vázquez.
 
Y eso, así, tan fácil, hizo que Vázquez cogiera la máquina de borrado. Miró el frontal, que estaba lleno de botones. Puso su Bota Rate en la huella marcada en la base de la máquina, que era por dónde comenzaría el efecto borrado, y apretó el botón - sé que el juego de palabras ya está superado, pero es la mejor manera de ponerle un final a esta bazofia -.
 
Erase una vez... Y no pasó nada.
Erase otra vez... Y todo parecía igual.
Erase unas cuántas veces más... Y Vázquez se desesperaba.
 
Erase, ¡por fin!... _________________________________________________________________
 
 
Y así Vázquez y su horrible Frac Aso dejaron de existir. Y así el ermitaño vivió en paz durante un tiempo, arrepintiéndose de no haberse puesto a escribir el cuento cuando Vázquez todavía existía, y no después. Seguro que la rabia y la angustia hubiese aportado más gancho a la historia, pero no pasa nada, lo importante es que Vázquez ya no existe y no volverá a molestar.
 
 
 
 
 
 
Por cierto, para el que quiera saberlo,este cuento ha supuesto un ingreso de 0 € en las arcas de su autor, no podía ser de otra manera teniendo en cuenta la calidad de la obra.




 

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