21 feb 2013

El no cuento de Peter Punk

 
Cuando de la nada sale algo,
y cuando de ese algo sale todo,
te quedas sin palabras para describirlo.
 
 
 
EL NO CUENTO DE PETER PUNK
 
 
Un día decidí nacer, no en el plan de decir que voy a nacer y nacer, sino en el plan de decidir nacer, a secas...
 

 
... En esos momentos no tenía la cabeza para darle vueltas a nada, decidía y hacía, no más. Alguno podrá pensar que eso no es correcto, que lo lógico es recapacitar los pros y los contras, reflexionar durante un tiempo el coste de oportunidad de cada opción que se encuentre y, entonces, ya sí, decidir tomar un camino y luego ejecutar la acción. Pero no, en esos momentos sólo había un camino, yo no tenía demasiada experiencia en la vida como para saber si iba a ser para bien o para mal, ni tampoco era un catedrático que conociese las distintas metodologías existentes para llevar a cabo un análisis coherente sobre la situación en la que me encontraba... bueno, de hecho, creo que ahora tampoco lo soy.
 
Lo dicho, en esos momentos sólo decidí salir por donde veía que tenía que salir, y ya está. Y puedo afirmar que no me echaron, ni que nadie me vino a buscar a donde estaba, ya que decidí salir un poco antes de lo que, se supone, debía salir. Y eso es algo que seguí haciendo durante toda la vida, meterme donde no me llaman. En ese caso salí cuando no me llamaban pero, para el caso, es parecido. El vicio lo sigo teniendo, pero no vamos hoy a hablar de ello, que da para mucho más que para un cuento "corto".
 
A lo que iba, me dio un buen día por nacer, así, porque sí. Y estuve durante bastante tiempo acoplándome al mundo al que decidí salir en su día. Eso sí, soy consciente de que si no hubiese querido salir alguien me hubiese sacado, pero bueno, mejor que haya sido así, nunca podré tener razón si utilizo la excusa de que yo no quería estar aquí, que a mí me obligaron. No, aunque reconozco que alguna vez la usé, pero incorrectamente, y así me untaron los morros, como era menester. Es importante ser responsables de nuestros actos. Si decides hacer algo, entonces te aguantas y asumes las consecuencias. Tardé tiempo en entenderlo, bastante, pero ya lo tengo claro.
 
Y sigo con el tema, que siempre me desvío. Según me iba acoplando a esta nueva vida, y digo nueva vida porque nueva era, no porque antes hubiese tenido otra, que no lo sé, pero si fue así no me acuerdo, con lo cual no lo voy a valorar. Pero, está claro que, hubiese habido algo antes o no, para mí esa vida era nueva. Y era curioso ver cómo, poco a poco, iba ganando experiencia sobre todo, a la vez que mi cuerpo se desarrollaba y generaba más capacidad  para seguir ganando más experiencia. Experiencia que, en pocos años, iba permitiéndome realizar actos cada vez más complejos y elaborados. Tanto que, un buen día comencé a escuchar.
 
Es un gran momento, ese segundo en el que dejas de oír sólo sonidos. El instante en el que tu cerebro asocia una secuencia de vibraciones del aire a unos acontecimientos determinados, los cuales a veces puedes, además, ver, tocar, degustar, oler o, en definitiva, sentir. Al principio las escuchas son más vagas, cosas simples pero claras, que apelan más a las sensaciones que a otra cosa, pero luego se va todo articulando, de manera que comienzas a empezar a trabajar con algo que, algunos, llaman lenguaje. Y ese lenguaje no sólo lo vas escuchando, sino que también eres capaz de participar en él. Si tu cuerpo tiene a bien darte capacidad para emitir sonidos, desde que los percibes, parece ser, decides también imitarlos. No sólo pasa esto con los sonidos, sino también con los gestos y demás.
 
La verdad es que esto que estoy contando hoy es totalmente mediocre, en el sentido de que, quién más y quién menos, todos sabemos cómo funciona el proceso de aprendizaje en los recién nacidos y en los niños pequeños, que no es lo mismo, porque un recién nacido, humano, claro, es un niño pequeño, pero un niño pequeño no es un recién nacido. Una obviedad que no podía quedar sin una aclaración totalmente prescindible, como a lo mejor es el resto de texto que habéis leído hasta ahora.
 
La cuestión principal de la explicación anterior es el valorar como es debido una capacidad tan interesante para el ser humano como es la de escuchar. No sólo órdenes o frases cortas, sino la escucha como fuente de información.
 
Según fui creciendo, por ejemplo, cuando no levantaba más de dos metros del suelo, teniendo unos pocos años, yo, y creo que muchos de los que eran de mi quinta, no teníamos mucho que hacer, salvo jugar y jugar, además de ir a la escuela a escuchar por obligación. Pero no había ordenador en casa, la televisión sólo tenía dos canales. Y, habéis de saber que, antes de que hubiera dos canales, sólo había uno, según me dijo mi abuelo. Lo que deduje en su día, cuando me di cuenta de que a uno le llamaban la primera y al otro la segunda, es que antes no había ninguno. Fue un tema de lógica. Si los canales se llamaran, la cuarta y la octava, entonces podría haber llegado a la conclusión de que antes había muchos canales y se fueron eliminando, vaya usted a saber por qué. Otra opción es que se llamaran así porque, antes de que yo fuese consciente de la existencia de la televisión, en esos dos canales sólo se escuchaba música. Pero vamos, que tampoco este es el tema.
 
El tema real es la conjunción de factores que se da cuando tú no tienes muchas cosas que hacer, ni muchas plataformas para conseguir información. Ahí es dónde aparece una persona, o varias, que marcan el futuro de tu vida, generalmente, que hay de todo. En este caso, aunque hubo más, sólo hablaremos de una, que es, prácticamente, la única persona, quitándome a mí, que ha aparecido en una secuencia de este relato, si entendiéramos esto como una película.
 
Pues sí, hablamos de la figura del abuelo. En mi caso fue uno de mis abuelos, no es que no escuchara a los otros pero, por circunstancias, con quien me tocó pasar bastante tiempo es con él. Además de que tenía una capacidad para comunicar que, en esa época, no era demasiado habitual.
 
Era una persona recta pero agradable, exigente pero sin grandes ambiciones, además de alto y guapo, como su nieto. Bueno, como otro nieto, no me creáis pretencioso, si no queréis. Pero, lo que más funcionaba en él era su inteligencia. Era una persona capaz de explicar a un crío de cinco o seis años, no más, los conflictos entre Estados Unidos y la Unión Soviética de una manera fiable pero accesible. Era capaz de hablar del régimen anterior al actual en el país donde nací de una forma imparcial y clara, sin mitificar pero sin demonizar nada, sólo exponiendo un análisis muy claro sobre las causas y procesos que lo hicieron funcionar, mal o bien, pero funcionar. Y todo ello lo sabía trasmitir sin que yo perdiera un ápice de atención. A mí me encantaba escucharle hablar de esos temas, sobre todo por dos cosas. La primera, me lo explicaba de forma que yo lo pudiera entender. La segunda, me lo explicaba como a una persona que puede entenderlo, con distintos puntos de vista, sin protegerme, sin paños calientes, sin endulzamientos y, sobre todo, sin más intención de que yo aprendiera. Era muy joven para poder llevarle la contraria, no tenía conocimientos suficientes, pero, estoy seguro de que, si pudiese hablar con él ahora, no habría problema en discutir sobre cualquier tema de actualidad hasta que llegáramos a un acuerdo, y seguiría intacto su afán porque yo aprendiera.
 
Desde entonces siempre he pensado que, si algún día soy abuelo, tengo el mejor ejemplo en el que basarme para dar a mis nietos las herramientas necesarias para que puedan desarrollar su capacidad de analizar las cosas. No es que conmigo hiciera milagros, pero si ahora mismo tengo un mínimo de posibilidad de razonar, se lo debo a él, no sólo a él pero, en muy buena parte, a él.
 
Y seguí creciendo. Y seguí escuchando a mi abuelo. Eso sí, no por muchos años más. Llegó un momento en el que el hombre con más cabeza que conocía tuvo un fallo en su corazón. Y no lo he vuelto a ver. Aunque puede que sea una de las personas que generó los recuerdos más claros que tengo.
 
Ya sin él, pero sí con sus enseñanzas, no tanto de información, que también, sino, sobre todo, de enfoque, seguí con mi vida. Entré en mi adolescencia, y digo mía porque, cuantos más adolescentes conozco, veo que cada uno la vivimos de una manera. Es la época en la que más se depende de las circunstancias externas. Casi da igual lo serio o lo fuerte que seas, que esa personalidad que se está formando es tremendamente sensible a lo que hay a tu alrededor. Y como cada uno tenemos a nuestro alrededor cosas tan diferentes, pues es factible hablar de que cada adolescencia es única. Vale, se podría extrapolar esto a la niñez y a la edad adulta, pero no es tan acusado este tema. Un pollo en el nido depende de las circunstancias externas, pero nunca tanto como cuando empieza a aletear para intentar volar. Y un pájaro adulto también está condicionado por el entorno ¿cómo no?, pero tiene capacidad suficiente para mantener una cuota importante de suficiencia para controlarlo, no como cuando está empezando a ver mundo. Supongo que es otra obviedad.
 
Pero es otra obviedad que introduce muy bien al siguiente tema. La adolescencia y la primera juventud no dejan de ser etapas delicadas para casi todas las personas. La necesidad de adaptarse al medio es fundamental, en tiempos era necesario para sobrevivir ser físicamente fuerte, habilidoso y rápido, y psicológicamente duro e ingenioso. En estos tiempos y en ciertos lugares eso no tiene tanta importancia, que la tiene, pero no se depende de ello para sobrevivir. Ahora se busca en la adolescencia y juventud una felicidad que nunca llega. Y no llega porque se vincula esa felicidad a cuestiones externas. Trofeos que nos posicionan más arriba o más abajo entre nuestros semejantes, o no semejantes, que hay de todo. Trofeos que, cuando llegan, nos duran como generadores de felicidad lo que nos duraba el interés por el sucedáneo de juguete de moda que nos daban a los más afortunados en los periodos de entrega de regalos.
 
Al final, acababas siendo una mezcla de lo que habías conseguido y de con quien te habías juntado. Podías ser el típico universitario punk, o el típico ligón punk, o el típico pardillo punk, o el típico deportista punk, o el típico drogata punk, o el típico currante punk. También había otras gentes con las que juntarse, eso sí, entonces ya no eras punk, eras lo que fueras.
 
Y esa mezcla generaba una etiqueta, y esa etiqueta generaba un personaje, y ese personaje fue el que me acompañó hasta la llamada segunda juventud, de la cual hablaremos luego.
 
Ese personaje tenía varias personajelidades, cada personajelidad interpretaba un papel concreto dependiendo de las personas que hubiesen alrededor. Todos ellos, los personajes, tenían aspectos en común, pero muchas diferencias, y es que el hecho de entrar en un conjunto de personas más o menos definido hace que tengas que pagar el precio de cubrir unas necesidades concretas de ese grupo. Cuando lo consigues, y estás a gusto con el papel, ahora llamado rol, que te toca cumplir, entonces vienen las variaciones. Grupos que se juntan, personajes nuevos que aparecen para hacerte la competencia en tu especialidad de cara al grupo, y demás. Eso conlleva problemas varios, desde la sensación de ser prescindible hasta conflictos interiores de cómo actuar cuando se juntan dos o tres grupos a la vez de los que formas parte y donde interpretas papeles muy diferentes entre sí.
 
Todo eso genera mierda, que va dando vueltas hasta quedarse pegada otra vez en la pared, esperando a ser despegada con otro vendaval de acontecimientos. Y así pasó durante años, en los que conseguí protegerme del entorno creando diferentes armaduras para cada momento, las cuales iba fundiendo o mejorando según me iba metiendo en diferentes guerras.
 
Pero, entonces, llegó el momento clave. La primera vejez. En realidad eso no existe, puesto que lo correcto es hablar de la primera época adulta, en la que comienzas a deshacerte de esas armaduras tan pesadas e incómodas porque te la empieza a pelar lo que piensen unos u otros. Pero te da miedo, y te recluyes. De hecho, en cierta medida, esa primera vejez no deja de ser una segunda niñez. La protección de tus personajes ya no existe, y tienes miedo a exponerte en el mundo exterior. Has conseguido, con los años, entender en qué momentos estás seguro y en cuáles no, y optas por vivir sólo los seguros. El mundo que te rodea no te ha visto todavía de verdad, y el miedo hace que vuelvas al nido para no sufrir daños. He conocido casos en los que alguno no ha llegado a volver a salir del nido. Es un nido más fuerte y viejo, protege más que el anterior, pero sólo es un nido, no es el mundo real. En ese nido han sabido meter ciertas cosas recolectadas del mundo exterior que les hacen la estancia más cómoda, y se puede llegar a decidir quedarse en él, siendo una forma de empequeñecer el mundo para poder controlarlo mejor. En ese momento, dejas de ser Peter Pan para convertirte en el señor ese que trabajaba tanto y que no se acordaba del mundo de fantasía en el que había vivido. No es mala opción, no obstante, además de inevitable, tarde o temprano, des las vueltas que des.
 
Y luego están los casos como el mío. Si el mundo customizado, no el real, que te formas es demasiado pequeño, quieres salir de él, quieres volver a sentir lo que sentían tus personajes. Y, no sé si de manera valiente o temeraria, la verdad, acabas saliendo, pero esta vez sin armadura. Con miedo, eso sí, pero con la falta de respeto suficiente como para que te la siga pelando lo que piensen unos y otros. Te la pela, pero quieres escuchar lo que dicen, no te quieres esconder, te expones y comienzas a intentar controlar ese mundo del que hace poco te escondías. No hace falta armadura, porque tu cuerpo es más fuerte que antes, o sabes combatir mejor. Sales, conoces, hablas y disfrutas, sin pensar en más allá que en eso.
 
Es la segunda juventud, según la llaman. En realidad, sería como una segunda adolescencia, pero esta vez en un mundo conocido, donde las reglas ya te las aprendiste perdiendo y ganando muchas otras partidas. ¿Quién no ha deseado nunca volver al pasado, a cuando era un adolescente, pero teniendo los conocimientos actuales? Pues la sensación debe ser similar a la que tengo yo ahora. Y no quiero dejar de tenerla en la vida, he vuelto a ser Peter, pero no cualquier Peter.
 
Ahora mismo soy PETER PUNK. 
 
 
 
 
 
 
Dedicado, cómo no, a Ildefonso, el abuelo de Peter Punk.

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