27 ene 2013

Voy a darle Gas hasta que no quede Más


Siempre lo mismo, siempre igual, al principio era diferente, y luego se volvió corriente, la misma estructura se resquebraja precisamente por seguir manteniendo la misma estructura, vieja y desconchada.
 
Pero, mejor dejarlo todo como está.
 
 
VOY A DARLE GAS HASTA QUE NO QUEDE MÁS
 
 
El último día en el que fue mi cumpleaños me resultó gracioso...
 

 
... Había tenido varios ya, pero nunca me habían hecho tantos regalos como entonces. Fueron un montón, y yo estaba contentísimo de ver cómo la mayoría de la gente se molestó en comprarme la ropa que mejor me sentaba, las colonias que mejor olían y los accesorios para casa que más decoraban. Pero hubo un regalo en especial que llamó mi atención por encima de los demás. Era un ticket para realizar un curso de conducción de globos aerostáticos.

Era curioso, nunca mostré a nadie ningún interés por pilotar un artefacto de esos, de hecho, nunca pensé que podría gustarme dirigir ese extraño aparato, que sólo me sonaba por haber visto alguno en el cielo y por las aventuras que vivió en un chisme de esos el protagonista de los dibujos animados de "La Vuelta al Mundo en Ochenta Días".

No sé en qué estaría pensando esta persona cuando le dio por regalármelo, es posible que no le quedaran más ideas e intentó sorprenderme con algo que no me esperaría de ninguna de las maneras, o que no se hubiera querido esforzar demasiado para encontrar mi regalo y haber comprado lo primero que vio. No lo sé, pero el caso es que acertó de pleno.

Días después cogí la papeleta y decidí acudir a la escuela donde impartían las clases de vuelo en globo. No estaba muy lejos de mi casa, así que me fue bastante sencillo animarme, sólo tuve que encontrar una tarde libre en la que estuviera aburrido. Ahora que lo pienso, de esas tengo muchas. Descubrí, lo cual me hizo bastante gracia, que la escuela estaba precisamente en el punto medio de la ruta más corta que hay de la casa del amigo que me regaló el curso hasta la mía, que era donde celebré el cumpleaños. Sabía que era vago, pero no que lo fuese a dejar tan a huevo, capaz fue de cogerlo de camino a la fiesta, sobre todo teniendo en cuenta que en la puerta había un letrero bien grande que indicaba que para inscribirse a los cursos o comprar tickets era sólo el miércoles, día que, casualidades de la vida, era en el que celebré mi aniversario de nacimiento.

Pero me dio igual, lo dicho, me hizo hasta gracia, entre amigos eso no da problemas. Mientras pensaba en las veces que yo también había hecho algo parecido me dispuse a cruzar la puerta del establecimiento, con el fin de que me dijeran cuándo podía empezar a volar. No era el sueño de mi vida, pero estaba realmente emocionado, no sabía qué me podía deparar esta nueva aventura.

Como he dicho, entré en el local, tenía un mostrador en frente de la entrada, al fondo, y las paredes pintadas de color crema, un poco desconchadas, pero no se notaba demasiado, al llamar más la atención los carteles que las decoraban, carteles en los que podían verse los diferentes servicios que ofrecía la escuela, con sus precios y todo. Aparte, en el centro del espacio, se podía ver una cristalera donde venían fotografías de las actividades, así como folletos con toda la información que quisieras encontrar. Detrás del mostrador también aparecía, en la pared, promociones de otros cursos y actividades, más caras y exclusivas que las anteriores, pero con muy buena pinta. La verdad es que pensé que los dueños del establecimiento dominaban muy bien todo el tema del marketing, trasmitían muy bien todo lo que ofrecían sin ni tan siquiera tener que preguntar a nadie. Daba gusto ver un local con tan buena disposición. Pero dejé de pensar y miré al frente, estaba allí una persona atendiendo a dos ancianos. Era gracioso, ¿querrían aprender también a manejar un globo? a lo mejor sí y a lo mejor no, tampoco quería saberlo, nunca fui demasiado cotilla. Esperé mirando unos folletos y, cuando finalizaron sus preguntas y se fueron, fui hacia el mostrador, donde me sonreía una guapa mujer que me preguntó por lo que quería.

Le enseñé el resguardo del curso, y me dijo que sin problemas, podría comenzar ahora mismo si lo deseaba. El profesor estaba en el almacén y le podía llamar para que pasáramos al patio, que era donde realizaban los cursos prácticos. Y eso hizo, llamó al Sr. Meretriz, que era el profesor, el cual gritó desde el almacén que llegaba enseguida. Fue un grito curioso, rompió toda la armonía del local, pero no fue desagradable, pese al volumen de su graznido.

En pocos segundos apareció a través de una cortina que separaba la parte de atención al cliente del pasillo que iba, por lo que vi después, al almacén, al cuarto de baño, a un aula y al patio. Era un tipo peculiar, con el pelo medio canoso y alborotado, y con unas gafas curiosísimas, eran muy parecidas a las que llevaba uno de los cuatro cazafantasmas, el que tenía gafas, vamos. Me resultó amable según me comenzó a hablar, enfatizaba mucho sus palabras, pero no llegaba a ser brusco ni sobreactuado, para nada. Se veía que era su personalidad. Me preguntó que por qué quería hacer el curso, y le dije que por curiosidad, que nunca me había planteado montar en un globo, pero que me regalaron en mi cumpleaños la posibilidad de hacerlo y me pareció algo interesante, a la par que prometedor. Vi cómo una sonrisa iluminó, más todavía, su cara. El Sr. Meretriz asintió y me dijo que se alegraba de que al final hubiera querido venir, que no las tenía todas consigo. Lo cual me extrañó bastante, nunca antes le había visto, pero bueno, como tenía pinta de excéntrico pensé que era una locura o una broma para novatos. Tampoco me sentó mal.

Así que nos introdujimos en el pasillo y me metí en el aula, donde suponía que comenzaríamos con las clases teóricas. El Sr. Meretriz me llamó al alto y me dijo que de eso nada, que ahí no íbamos a entrar a no ser que me animara a hacer otro curso, porque las clases de conducción de globo aerostático iban a ser todas teóricas. Me quedé extrañado, porque no hay mejor sitio, o eso pensaba yo, para dar clases teóricas que un aula, pero bueno, supuse que se confundió de término, querría decir que las clases de pilotaje de globos eran todas prácticas, suponía que, al ser una persona con una mente tan alborotada, era normal que tuviera lapsus de ese tipo.

Y salimos al patio. Hacía un día precioso, era una gozada, el sol brillaba y no había ni una brizna de viento. A mí no es que me disguste el viento, ni la lluvia, ni siquiera el frío, pero entiendo que, para pasar una tarde en globo, es mejor que todo esté calmado y caluroso, por supuesto. Aun así, me dio un poco de miedo al subir a la cesta, ya que el Sr. Meretriz ni siquiera me había explicado algún consejo básico que tuviese que tener en cuenta, yo no sabía ni cómo se arrancaba eso, ni como se aceleraba, ni mucho menos cómo se frenaba. Me tranquilizó ver que él también subía, cosa que no tenía nada clara unos segundos antes, sabía que con el profesor no habría problema, ya que él era un experto, o eso supongo.

De repente, con los dos ahí metidos, sin decirnos nada, mientras el Sr. Meretriz miraba al generador de la llama que calienta el aire de dentro de la tela del globo, me comentó que él nunca había conducido ninguno. Yo me quedé extrañado, bueno, ya estamos con otra broma de las suyas, este tío es un cachondo, aunque tampoco me fío ni un pelo, que a estos locos no se les ve venir. Después de espetarme eso, va el tío y saca un manual de instrucciones, que comienza a leer en voz alta, mencionando, uno a uno, los pasos que había que seguir para poner el aparato en marcha. Yo ya no sabía dónde meterme, pero aguanté como un campeón, por lo que sea tenía la seguridad de que esto no iba a acabar mal.

El Sr. Meretriz, de manera un poco torpe, siguió los pasos que enumeró antes, y consiguió que del quemador saliera una llama enorme que, poco a poco, fue haciendo que el globo intentara despegarse del suelo. El profesor procedía a tocar todos los mandos para ver qué reacción tenía el globo con cada acción suya, pero no me decía nada. No es que lo hiciera para enseñarme las partes del mecanismo ni nada parecido, era más como si él estuviera aprendiendo a la vez que yo. En esto, el globo comenzó a volar, y a coger altura. El loco, puesto que ya no podía pensar de otra manera sobre el Sr. Meretriz, seguía dando gas al quemador, y yo intentaba no mirar hacia abajo. Me estaba comenzando a arrepentir de emprender este viaje. El globo siguió subiendo y subiendo hasta dejar abajo todas las plantas altas de los edificios de la ciudad. Ya estábamos en el punto más alto o, por lo menos, en el que el Sr. Meretriz quiso parar el globo.

Yo miré hacia abajo, y vi que las personas de la calle eran diminutas, los coches pequeñísimos, los autobuses pequeños y los edificios no muy grandes. Perdí el equilibrio y me caí del globo, estrellándome contra el suelo y muriéndome en el acto.

Bueno, lo del anterior párrafo fue lo que me imaginé la primera vez que miré hacia abajo, un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero no me llegué a caer, por suerte. Me agarré como pude al borde de la cesta y decidí que era el momento de disfrutar de la experiencia, que no por ser gratis iba a ser desagradable. De peores había salido.

El profesor comenzó a abrir las compuertas que hacían que el globo perdiera aire caliente, lo cual hacía que bajásemos, mientras me iba explicando que, por leyes de la naturaleza (no se molestó demasiado en puntualizar, para mí que no tenía mucha idea), cuando el aire de dentro de la tela se enfría el globo tiende a bajar, puesto que no hay tanta diferencia con el aire exterior. De repente, pulsó la palanca que encendía la llama y el globo comenzó a subir otra vez, no en el mismo momento, pero sí en unos segundos, y entonces aprovechó para explicarme que cuando el aire se calentaba, al ser menos denso que el aire frío del exterior del globo, permitía que nosotros pudiéramos subir. Me pareció obvio, yo no tenía mucha idea de globos, pero en la escuela todos habíamos tenido esa lección, o eso pensaba yo. Pero bueno, como introducción me valía.

En cuanto volvió el globo a estar tan arriba como al Sr. Meretriz le apetecía, comenzó a abrir las compuertas otra vez, y el globo comenzó a bajar otra vez. Mientras tanto, él me comentaba que así es como se debía hacer, cuando el globo estaba bien arriba, no hacía falta darle más gas, era mejor aflojar, porque estar demasiado subido puede ser malo. Y el globo llegó a un punto en el que el profesor comenzó a dar gas otra vez, y me dijo que cuando el globo está demasiado bajo es cuando más fuerza hay que darle, para ayudarle a subir. Yo empezaba a impacientarme, llevábamos casi una hora de curso y lo único que había sacado en claro eran esas estupideces, que no es que fueran mentira, pero es que lo sabía cualquiera.

Entonces, el profesor cambió de discurso. Me miró a la cara y me dijo que así, como iba a hace ahora, es como conducía yo el globo. Me quedé sorprendido con tal tontería. Si precisamente él sabía que yo nunca había conducido un globo, pero bueno, me dio algo de miedo y preferí no llevarle la contraria. Comenzó a subir, y a subir, y a subir, y a subir, y no dejaba de darle gas, y venga gas. Y no paraba. Y me llegué a asustar, pensando que esta persona había perdido la cabeza por completo. Y se volvió a dirigir a mí, diciéndome que si cuando el globo ya está arriba nos dedicamos a darle gas, entonces lo único que hace es subir y subir sin control, hasta que el aparato se estropea, como ahora. Y se paró el quemador, haciendo que el globo perdiese altura poco a poco, pero sin perder estabilidad. Entonces el profesor decidió abrir las compuertas, y el globo comenzó a descender a un ritmo preocupante, pero muy preocupante, mientras me explicaba que si cuando el globo baja nosotros abrimos las compuertas, entonces bajará más todavía, con el riesgo que eso supone para la salud, porque nos podemos estrellar de manera definitiva. Y me miraba como diciendo "¿no lo ves?". Claro, yo estaba acojonado, de esta no salíamos. Pero el profesor volvió a activar el quemador, no sé cómo, y el globo volvió a subir, hasta que lo consiguió estabilizar, momento en el que se me quedó mirando.

Y me dio un beso, mientras yo lo intentaba impedir.

Bueno, eso también es lo que me imaginé, no pasó en realidad, pero me dejó tan desconcertado con sus temeridades que ya no sabía qué iba a ser lo próximo. Ya en la realidad, después de unos segundos en los que no podía ni hablar, me recompuse y le pregunté que si esto era lo que entendía él por un curso de globo, y le dije que yo no conducía así, que fuera tan amable de no burlarse de mi persona porque ya estaba un poco harto de esta locura.

Me siguió mirando, y me preguntó que si no recordaba esa semana en la que me tocó un poco de dinero en la lotería el lunes, ligué con una chica el martes, conseguí un trabajo el miércoles, ligué con otra chica el jueves, aprobé el examen de conducir automóviles, el viernes, conseguí hacer reír a todos mis amigos el sábado y mi equipo de fútbol ganó su partido el domingo. Yo dije que sí, que fue una semana memorable, y que me dio muchas fuerzas, ilusión y confianza en mí mismo para afrontar el resto de mi vida. Y me volvió a preguntar sobre qué pasó después. Y le dije que tuve una racha de mala suerte, mis amigos se enfadaron conmigo porque decían que les faltaba al respeto continuamente, perdí el trabajo por dormirme en los laureles, estuve meses sin conocer mujer, porque ninguna era lo suficiente para mí y mi equipo de fútbol no daba pie con bola, aparte de estrellar un par de veces mi vehículo, por hacer el cabra. Y me volvió a preguntar que qué sentía entonces. Y le contesté que me puse muy triste y que no tenía ganas de nada, me recluí en casa y no quise saber nada de nadie, hasta que un día encontré la manera de salir para delante, y volví a tener buenas y malas rachas, como es normal. Ahora, por ejemplo, estoy exultante, creo que he conseguido encontrar mi equilibrio, confío totalmente en mis posibilidades y no paso nunca malos ratos, creo que domino mi alrededor como quiero, y eso me gusta.

Y él me siguió mirando, y me dijo que, por supuesto, que las rachas existen, y que tenga cuidado con la que estoy viviendo ahora, porque más me valdría ser fuerte y tener confianza en los momentos malos y ser humilde y valorar lo que se tiene en los buenos, que un día el aparato del gas no va a funcionar y vas a acabar en el suelo, partido a trozos. Me quedó planchado.

Y acabó confesándome que mi amigo había venido hace unos días, pocos, al establecimiento. Quería desahogarse haciendo algo diferente y apasionante que le quitara el mosqueo, porque tenía un amigo (dijo señalándome), que le estaba haciendo la vida imposible, riéndose de él y ridiculizándolo, y que iba ir a destrozarle la fiesta de cumpleaños hasta que vio el cartel de la escuela, y decidió intentar calmarse de esa manera. También me dijo el Sr. Meretriz que, al escuchar a mi amigo, no le quedó otra que recomendarle dar a mi amigo (señalándome a mí otra vez) una lección teórica de cómo gestionar las subidas y las bajadas de moral, que se basaría en un método que le enseñaron en su día. Y de ahí que yo estuviese en ese globo en ese momento con ese loco personaje.

Luego, en tierra, me contó lo que le hicieron a él, de manera similar a lo que me acababa de hacer a mí, pero, en ese caso, lo hicieron montados en un monopatín. Lo malo es que su profesor apuró demasiado cogiendo velocidad en la bajada, y el olvidarse de poner el casco tampoco ayudó. Pero bueno, el Sr. Meretriz se quedó sin profesor, pero la lección la asimiló muy pero que muy bien.

Y, semanas después, comencé a trabajar mejor el tema de controlar las efusividades y los bajones. De hecho, eso me ha ayudado, hasta el punto de que estos últimos tres días han sido maravillosos, todo me ha salido bien y creo que soy indestructible, gracias a la manera en la que he asimilado esa lección. Hoy ya es viernes y voy a salir con los amigos, sacaré mis mejores gracias a relucir y llamaré la atención todo lo que pueda, que para eso lo merezco, voy a darle al gas hasta que no quede más, y mañana será otro día.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario